La inversión en tecnología
es un componente importante para que los países progresen. No solo es la
acumulación de capital sino la capacidad creadora que tienen los países lo que
permite avanzar como nación. Lo que el gran economista austriaco Joseph Schumpeter
denominó “destrucción creadora”. Un país con mayor capacidad innovadora es sin
duda un país con mayor grado de desarrollo y crecimiento económico en el largo
plazo.
Actualmente desde la escuela
de economía y el instituto de investigación de Faces-UC junto con la profesora
Rosa Morales desarrollamos un proyecto de investigación sobre las capacidades
innovadoras de los países latinoamericanos. Algunos resultados que hasta la
fecha se pueden compartir son los siguientes: Durante el período 1976-2011, once
países de Latinoamérica: Argentina, Brasil, Chile, Colombia, Costa Rica, Cuba,
México, Panamá, Perú, Uruguay y Venezuela registraron 3681 patentes en la
oficina de patentes de los Estados Unidos de Norteamérica (USPTO). Brasil es el
país líder en la región seguido de México y Venezuela.
Este dato es revelador
porque cuando se compara con países industrializados nos damos cuenta que
estamos muy lejos de lo que ellos hacen, por cualquier tipo de razones pero
estamos lejos. Para que tengan una idea, el Instituto Tecnológico de
Massachusetts (MIT) ha producido más de 5 000 patentes en el mismo período.
Solo una universidad estadounidense ha producido más patentes que 11 países de
Latinoamérica juntos. Otro dato importante es que Japón presenta más de 1000
patentes solicitadas por millón de habitantes, mientras que ningún país de
Latinoamérica llega a 50 patentes solicitadas. La situación de la región en
materia de ciencia y tecnología no es la mejor. Se ha avanzado pero no lo
suficiente.
En este sentido el tema
institucional cobra un rol fundamental. Los nuevos enfoques del desarrollo
permiten explicar cómo los países con mayor capacidad creadora generan
instituciones inclusivas y por lo tanto menores desigualdades, es decir, en la
medida que existan incentivos a la invención la sociedad progresará. Todo esto
suena muy bien, el meollo del asunto está en que las elites muchas veces no
permiten que ese proceso de “destrucción creadora” se desarrolle a plenitud. La
historia del mundo occidental de los últimos 250 años está repleta de ejemplos que
permiten explicar cómo los grupos de poder intentan frenar dicho proceso.
El caso venezolano es
particular, nuestro país se ha especializado tecnológicamente en el sector de
química-metalurgia y construcciones fijas, algo que parece lógico debido a
nuestra principal fuente de recursos. Durante el período 1976-2011 se registraron
425 patentes de origen venezolano en la USPTO, algo que se dice fácil pero
cuesta mucho, sin embargo, sigue siendo muy poco.
Los incentivos que se
generan a la investigación, creación e innovación en un país permiten explicar
la composición de una economía y su dinamismo. Nada de esto es posible sin
capital humano y para ello los incentivos son vitales. Un país que no vuelque
su mirada hacia esta dirección seguirá siendo un pobre país por más recursos
naturales que posea. No sirve de nada bañarse en petróleo si no se crean
incentivos para invertir en investigación y desarrollo, es decir, en
tecnología.
Frente al mundo no somos
nadie en términos de ciencia y tecnología a pesar de los esfuerzos. No es
suficiente el esfuerzo individual se requiere del apoyo de todos. El Estado y
el sector privado son piezas fundamentales para aumentar la productividad tecnológica
de una nación. Este tema es más serio de lo que muchos piensan, el petróleo por
obra y gracia del espíritu santo no nos llevará por el camino del desarrollo y
el progreso. Una forma de salir de la inocente idea de “sembrar el petróleo” es
generar una política de Estado en ciencia y tecnología, léase bien, de Estado,
no de gobierno. Estructurar un marco de incentivos de largo plazo que permita
mejorar nuestros esfuerzos innovadores. Ese sería un gran paso.
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