En la última semana y media
he estado desconectado de la realidad del país, tomándome lo que creo es un
merecido descanso. Hacía falta salir un poco de la rutina y pasar el guayabo
electoral en sana paz, viviendo otro ambiente y colocando cada cosa en su
lugar.
Una de las principales cosas
que me ha llamado la atención del lugar en el que he estado en los últimos días
es la “dinámica ciudadana” que
permite entender por qué unos países están muy bien y otros muy mal. Es un lujo
ver como una sociedad puede crear un valor en torno a la ciudadanía responsable
y el apego a la norma, es decir, generar reglas de juego que sean estables.
Esto es algo que lamentablemente en nuestro país es inexistente. Siempre he
pensado, que si, como sociedad hemos sido incapaces de hacer que la gente
respete un semáforo, mucho menos se aliviará la pobreza ni seremos potencia de
absolutamente nada.
Es increíble ver como en
términos generales la gente se comporta adecuadamente y como las normas se
cumplen. Leer que la consigna de la policía de una ciudad es: “cortesía, profesionalismo y respeto” y
que en efecto se comporta de esa manera es algo que no deja de impresionarme.
Cuando observas ese tipo de detalles, automáticamente piensas ¿qué estaremos
haciendo mal? Luego, cuando ves venezolanos comportándose de manera ejemplar,
inmediatamente dices ¿por qué aquí sí y en Venezuela no?.Responder esta última
pregunta es clave para entender el problema instititucional que vive Venezuela
desde hace muchos años pero que se ha profundizado en la última década y que
tiene consecuencias económicas, políticas y sociales importantísimas para el
país.
No se trata de despreciar el
apego a la norma y dársela de vivo porque así me ve mejor la gente, más bien,
tiene que ver con el hecho de rechazar ese tipo de comportamiento y generar un
valor en torno a cumplir con lo establecido. El lamentable problema que vive el
país en la actualidad no se resuelve a partir de las buenas intenciones, las instituciones
no funcionan y se espera que por obra y gracia del Espíritu Santo, de la noche
a la mañana el país sea otro.
Entender que los hábitos,
costumbres y tradiciones moldean nuestra estructura institucional es un paso
que permitiría entender mejor el problema en el que estamos metidos. No todo se
reduce a lo electoral porque de nada sirve cambiar el pésimo pero popular gobierno
que tenemos si no se entiende que cambiar el país necesita del esfuerzo de
todos y parte de eso pasa por llegar a un acuerdo mínimo de convivencia y de
respeto hacia el otro, esto es: “tú me
reconoces, yo te reconozco, tú me respetas, yo te respeto”.
Conseguir ejemplos de países
con instituciones fuertes y de calidad hace pensar que no todo está perdido,
sin embargo, el camino es largo y muy duro si de verdad se quiere salir del
estancamiento en el que estamos. Lo que vive hoy nuestro país es algo que debe
hacer reflexionar a todos aquellos interesados por mejorar la situación actual
de la sociedad venezolana. No se trata solo de criticar y quejarse, la idea es
proponer y discutir ideas para así configurar el país que necesitamos y
queremos.
Queda claro que los países
que hoy son referencia en el mundo lo han logrado porque sus instituciones
funcionan y existen los incentivos necesarios para que un sistema de pesos y
contrapesos permita balancear los excesos de unos y las debilidades de otros.
Estos días de descanso han
servido para reflexionar sobre lo bueno que podríamos llegar a ser y lo mal que
estamos como sociedad. Es importante tener claro que los gobiernos tienen sus
responsabilidades pero los ciudadanos también tienen las suyas y hasta que cada
uno no se encargue de cumplir con sus deberes y reivindicar sus derechos, allá
lo harán mejor y aquí nosotros estaremos estancados.
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