Con mi subsidio no te metas

Buena parte de la distorsión que vive nuestra economía se ha generado por la acumulación de subsidios que nuestra economía presenta, no desde hace quince años sino desde hace mucho más tiempo, lo que si se debe reconocer es que en los últimos años debido al boom petrolero estos se exacerbaron y un gran porcentaje de la población cree que son positivos y deberían mantenerlos.
El apoyo a los subsidios no es un fenómeno exclusivo de los sectores más vulnerables de la población, pregúntele a alguien de clase media si está de acuerdo con que devalúen y se dará cuenta a lo que me refiero. La arquitectura de subsidios de nuestra economía ha permeado a todos los sectores y el mejor ejemplo es el de sectores empresariales que históricamente se han dado golpes de pecho por el “libre mercado” pero siempre hacen presión para obtener determinados subsidios. El segundo gobierno de Carlos Andrés Pérez dejó en evidencia al sector empresarial de la época.
En general el “venezolano promedio” (si vale esa expresión) se siente con el derecho adquirido de recibir subsidios porque a final de cuentas este es un país petrolero y eso nos hace evidentemente ricos, no importa lo absurdo que estos subsidios sean pero si me beneficia está bien. Es un clásico ejemplo de incentivos perversos y como una sociedad moldea sus actuaciones con base en estos.
Cada situación es diferente y lo que aplica es estudiar la idoneidad de la aplicación del subsidio dependiendo del caso, lo que es completamente absurdo es la regresividad de los subsidios en Venezuela, es decir, terminan favoreciendo a los que más tienen. No existe ninguna razón para que esto suceda pero como este es un país “rico” se da el lujo de generar prestaciones asistenciales a los que más tienen.
Un verdadero cambio económico en el país significaría desmontar la estructura de subsidios de nuestra economía y que la gente entienda de una vez por todas: así el país es inviable. Para comenzar a hacerlo se necesita una reforma institucional importante algo que luce muy lejano en el horizonte político del país. Cualquier dirigente, de la tendencia que sea ve en los subsidios un apoyo electoral importante, esta idea es central en la formación política de los dirigentes, forma parte de su “ADN político-intelectual”.
Después de tantos años creyendo ser un país rico y beneficiándose de subsidios absurdos como el de la gasolina, la electricidad o el control cambiario, desmontar esa estructura es un gran reto, sin embargo, no es imposible. Se necesita “voluntad política” más que otra cosa para emprender esa reforma que mucho bien le haría a la economía del país. Desmontar la estructura de subsidios no significa necesariamente que los pobres saldrán perjudicados, al contrario, podrían ser los principales beneficiados bien sea porque seguirán recibiendo subsidios temporalmente o porque el esfuerzo de su trabajo permitirá que no los necesiten.

Los sectores medios que piensan merecer sus subsidios porque somos un país petrolero lamento informarles que esa golilla por el bien de todos debe desaparecer. La idea de tener dólares baratos, gasolina regalada, servicios públicos gratuitos aunque de mala calidad es en estricto sentido una irresponsabilidad que los gobiernos de este país materializaron para que crean un cuento que no es de hadas. Esa idea inocente y descabellada de tener precios bajos y que todo funcione de maravilla no existe. En economía los almuerzos gratis no existen y hoy el país vive nuevamente el ratón de una borrachera de subsidios que todo el mundo creyó no iba a pagar. El país necesita una profunda reflexión sobre lo que el economista Francisco Ibarra ha denominado: la relación ciudadano-Estado, si no les gusta la idea, todavía tienen una opción: planificar una marcha y hacer pancartas con frases como: “por un mejor subsidio, con mi subsidio no te metas”.

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